El avioncito mentiroso

Había una vez una casa de ladrillos, que ningún soplido pudo derribar. Y tres cerditos que, adentro de ella, se sentían seguros.

¡Pero también hambrientos! 

—¡Yo construí la casa! —protestó Primero—, ¿de verdad me tengo que ocupar de todo?

—Si nos hubieras avisado que no tenías ni una miga de pan para convidarnos, habríamos recogido alguna fruta por el camino—se defendió Tercero.

—¡Y ahora no podemos salir! —dijo Segundo, que no dejaba de mirar por la ventana— ¡El lobo sigue ahí, esperándonos!

 Los cerditos podrían haber seguido peleando. Podrían haberse puesto a llorar. Podrían haber salido de la casa, y que pasara lo que pasara.

Podrían haber hecho un montón de cosas, pero solo hicieron una: trabajaron en equipo. Primero tuvo la idea. Segundo, la ejecutó. Tercero, se ocupó de los detalles.

Así fue como a la mañana siguiente un avioncito de papel cayó a los pies del lobo. Sobre la parte visible, se leía con letra clara: “Cómo derribar una casa de ladrillos”. Por supuesto, el lobo no pudo aguantarse las ganas, desarmó el avioncito y siguió las instrucciones:

Una hora más tarde, los cerditos pudieron cenar muy tranquilos. El lobo les había arrojado tanta, pero tanta fruta, que tuvieron provisiones para varios días. Además, abandonó la guardia: se fue a averiguar quién es el gracioso que anda mandando avioncitos con hechizos que no funcionan.

Y así se acabó otro cuento
con los cerditos felices
y el lobo no tan contento.

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