La imagen ilustra la portada de una publicación extranjera, que puede consultarse en el siguiente link: https://www.osta.ee/peter-holeinone-bremeni-linna-moosekandid-205786811.html
Esta historia tiene dos comienzos. El primero:
Había una vez un burro que tuvo que dejar su hogar. Su amo lo había reemplazado por otro burro más joven y él, por no morirse de pena, se inventó un sueño:
—Viajaré a Bremen. ¡Y allí me convertiré en músico!
Por el camino fue encontrando otros animales (un perro, un gato, un gallo cantor) que habían tenido su misma suerte: amos desagradecidos que los hicieron a un lado porque estaban viejos.
Y así fue como el sueño de uno se convirtió en el sueño de cuatro. Si el cuento se acabara aquí mismo, aquella banda formada de camino a Bremen no habría admitido otro nombre que Los amos ingratos.
Pero el cuento no se acaba aquí. Al contrario, en este punto es cuando vuelve a empezar.
Y este es el segundo comienzo:
Hubo una vez un burro, un perro, un gato y un gallo que dejaron atrás sus casas para cumplir un sueño: iban a ser músicos, los mejores músicos que el mundo hubiera conocido jamás.
Cuando se hizo de noche, buscaron refugio en una vieja casa que parecía abandonada. El burro se paró en dos patas sobre la ventana. Sobre él, el perro. Encima, el gato. Y en lo alto de aquella torre, el gallo cantor. Y así vieron a una banda de ladrones contando su botín. Y, lo más tentador, olieron una rica cena que les alegró la panza.
Entonces se convirtieron en un monstruo hambriento que rebuznó, ladró, maulló y cacareó. Y que, finalmente, cayó con todo su peso por la ventana. ¡Qué entrada triunfal!
Los ladrones, asustados por el estallido y aquella música infernal, huyeron de la casa como si hubieran visto un fantasma.
Pero al rato, uno de ellos volvió. La sala estaba completamente a oscuras. Y él, creyendo que los ojos del gato eran dos braseros encendidos, se acercó demasiado. Zas, un rasguñón.
Intentó salir por la puerta trasera pero, ñam, el perro lo mordió.
Probó por la entrada principal y, pum, el burro le dio una patada.
Y en medio de todo aquel lío, el gallo, que estaba subido al techo, empezó a cantar “¡Quiquiriquí! ¡Quiquiriquí!”.
—Fui atacado por tres brujas— contaría el hombre más tarde —, rasguñado, acuchillado y golpeado (¡zas, ñam, pum!) por orden de un demonio superior que gritaba “¡Que venga aquí, que venga aquí!”.
Y este es el único final que tiene el cuento. Porque los músicos de Bremen no llegaron a Bremen. Aunque sí formaron su banda (se llama Los espanta ladrones y ensayan en aquella casa abandonada). Pero lo más importante es que siguen juntos. Y, sobre todo, que nunca se sienten viejos.
[…] Los músicos de Bremen (versión… en Mi ventana al mundo […]
buenas noches
disculpa esa imagen, de qué colección y autor es?
Diego, no tengo más información que la que aparece al pie de la fotografía.