Amigas

Si Emma tira la pelota
Croqueta corre a buscarla
Mientras juegan, y a su modo
también parece que charlan.

Si Emma come una manzana
Croqueta espera su turno:
Un trocito cada una
y se acaba en un segundo.

Si Emma está muy asustada
Croqueta se sienta al lado
la busca con el hocico
y el susto queda olvidado.

Si Emma se siente triste
Croqueta lame su cara
de golpe viene la risa
¡y aquí no ha pasado nada!

Si a Emma le agarra sueño
Croqueta se echa también
se duermen tan enredadas
que no se ve quién es quién.

Si Emma la tiene cerca
algo brilla alrededor:
Croqueta llegó a su vida
y el mundo es mucho mejor.

Amanece en la selva

El puma estira sus patas
con calma, se despereza
y tras dos tímidos pasos
por fin la carrera empieza.

Las alas del guacamayo
como si fueran crayones
van dibujando en el cielo
su vuelo de tres colores.

Hay una línea en la tierra,
un paso que se adivina:
Es la temible anaconda
que abandonó su guarida.

De rama en rama va el mono
con la cola se sujeta.
Su salto es muy divertido,
avanza dando piruetas.

Lo mira sin detenerse
un coatí muy curioso
que va trepando deprisa
a un ritmo vertiginoso.

El yacaré muy despacio
se va arrastrando a la orilla
su movimiento es tan lento
que al río le hace cosquillas.

Toma distancia asustado
pobrecito, el surubí
que moviendo sus aletas
muy pronto sale de ahí.

Y así entre pelos y plumas
con colas, patas y aletas
ya con el sol en lo alto,
la selva entera despierta.

Había una y otra vez

Había una vez un retoño
apenas una ramita,
que fue creciendo despacio
y con paciencia infinita.

El tronco se hizo muy grueso,
fueron subiendo las ramas,
las nubes se convirtieron
en vecinitas cercanas.

Un día brotaron flores
amarillas, perfumadas
que endulzaron todo el barrio
con su fragancia dorada.

Y empezó a haber visitantes:
un colibrí, un cardenal,
abejas que se llevaban
el néctar a su panal.

Los niños se entretenían
intentándolo escalar:
subían y se caían
y volvían a empezar.

Bajo su sombra hubo tanto,
que no se puede contar:
besos secretos, promesas,
recuerdos que quedarán.

Un día así, de improviso,
alguna flor se soltó
las semillitas volaron
donde el viento las llevó.

Y colorín colorado,
el cuento vuelve a empezar:
Ya se adivina un retoño
que pronto va a germinar.

Limericks viajeros

1.

Hubo un piojo que viajó de mochilero
Y escaló como alpinista, muy ligero
No fue una gran hazaña
No era una montaña:
aquello que subió fue un hormiguero.

2.

Me cuentan de una abeja paseandera
Que un día se vistió de marinera
Un poco navegó
No mucho, digo yo:
viajó por el cordón de la vereda.

3.

Yo lo vi al caracol con su maleta
Y me dijo “yo me voy de este planeta”
No cambió de Nación
Ni salió del balcón
Apenas se ha mudado de maceta.

Un misterio familiar

Hay un misterio en mi familia
que no podemos descifrar.
Ni la propia tía Elvira
nos lo ha podido explicar.

Si está en la pista de baile,
mi tía Elvira es un queso:
La pobre se paraliza
y no te mueve ni un hueso.

Pero si ríe… ¡Qué cosa!
Comienza la conversión,
no solo mueve su boca
¡Se pone el cuerpo en acción!

La primera carcajada
le hace temblar la barbilla
y el movimiento desciende,
con ritmo, hasta la rodilla.

Estira un brazo y el otro
repite ese movimiento.
Sus pies marcan el compás
con innegable talento.

Tenemos una certeza
en medio de tanta intriga:
Cuando mi tía se ríe
es muy buena bailarina.  

Mi familia

Mi tío abuelo es muy alto.
Mi abuelo Quique, gritón.
La tía Estela es coqueta
y mi papá muy pintón.

Mi hermano Renzo es un genio
tocando la batería.
Pero cantando es un queso
(en eso es mejor mi prima).

De mi madrastra, me gustan
sus budines de limón
Y de su hija, los cuentos
que me lee en camisón.

De mi mamá no me acuerdo.
Pero adoro la sonrisa
que repite en cada foto
de esas que hay en la repisa.

Mi abuela dice que todos
son una parte de mí:
Los que están, los que se fueron
y los que faltan venir.

Lo importante es que te quieran
Y que vos quieras también.
Es eso tener familia
¡Y no importa quién es quién!

En tiempos de la Colonia

Dominga saca agua clara
del gran aljibe del patio,
el niño Alfonso patea
una pelota de trapo.

Su hermano Luis juega solo
con un enorme balero.
con soldaditos de plomo
se entretienen los gemelos.

Antonio eleva contento
un precioso barrilete
lo ayuda con esa hazaña
el mayor, de diecisiete.

De la ventana, los mira
La más pequeña, Beatriz
Que acuna a su muñequita
De cáscara de maíz.

Cuando a la tarde los siete
Juegan a la rayuela
Dominga les sirve un poco
De arroz con leche y canela.

Pirata del asfalto

hormigapirata

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He sabido de una hormiga
que, vestida de pirata,
partió en barco de papel
hacia el Río de La Plata.

Negoció en la alcantarilla
con una banda de ratas
y les compró, muy barato,
una brújula y un mapa.

Salió por las tuberías
hasta una calle inundada
y dejó que la corriente
cuesta abajo, la llevara.

Después fue siguiendo el mapa:
hasta el semáforo, recto
enseguida a la derecha
¡Y ahí nomás estaba el puerto!

Pero ya van doce años,
tres semanas y dos días
y ella sigue en la ciudad
navegando todavía…

Añora, quizá, enfrentar
tormentas y tiburones
¡Pero no es poca aventura
esquivar a los camiones!

¡Aunque sea por un día!

Ilustración de Jon Klassen para el libro PAX

 

En la Oficina de quejas
de personajes de cuentos
El zorro ya ha presentado
reclamos, ¡como quinientos!

El pobre ya está aburrido,
cansado del mismo rol.
Las fábulas van pasando
¡y él repite su actuación!

No es fácil mostrarse astuto,
tramposo y encantador
Si falla, fracasa el cuento
¡Es demasiada presión!

Además ya no soporta
esa agobiante rutina
de siempre engañar a otros
y comerse las gallinas.

Alguna vez él quisiera
tener un papel menor,
ser engañado por otros,
ser un poco del montón.

Y si no, ser otro Zorro
(¡aunque sea por un día!):
y pelear enmascarado
con el Sargento García.

 

 

 

 

 

Un favor

Vinieron desde Inglaterra
mis viejos antepasados
todos pintados de rojo
y con ribetes dorados.

Parados en las esquinas
y en cada plaza del barrio
eran objetos valiosos
¡tan útiles y mimados!

Se llenaban de noticias
y palabras esperadas
que viajaban desde lejos
y acortaban las distancias.

Palabras de amor y pena,
de familias que extrañaban,
de amigos inolvidables
que las cartas acercaban.

En cambio a mí me tocó
ser un buzón de este siglo
y llenarme de palabras
que solo son un fastidio.

Folletos y propagandas
publicidades, impuestos
que no emocionan a nadie,
¡ay, qué papeles molestos!

Por eso pido un  favor
a mis pequeños lectores:
que escriban alguna carta
y alegren a los buzones.