Si encontrara yo al chismoso
perverso que me ha contado
que en el fondo de mi estanque
hay un príncipe encantado,
del coscorrón que le diera
se quedaría atontado,
sin ganas de repetirme
un chisme tan infundado.
Pues resulta que era cierto
que una rana parlanchina
con soberbia majestuosa
allí mismo me diría
que una bruja había hechizado
su preciosa gallardía
y que un beso de mis labios
con su pena acabaría.
¡Cómo no! Y ahora resulta
que aquel beso me ha dejado
convertida en una rana,
con corona y sin reinado.

