En tus manos (acróstico)

Esas acciones chiquitas
Las que a veces no se notan

Provocan cambios que afectan
Las cosas que más importan
Algunas son pan comido
No tan sencillas son otras
En todas hay desafíos
Tratá, probá ¡Tomá nota!
Al ave, dejala libre

Es su destino volar
Si querés tener mascota
Te dejo solo un consejo:
Adoptá (en vez de comprar)

Evitá ensuciar las aguas
No importa si es río o mar

Todos los peces merecen
Un hogar, no un basural
Sembrá un árbol, protegelo

Moderate y apagá
Aquellas luces que a veces
No precisás usar.
Ocupate y no te olvides:
¡Sos parte de este lugar!

Pequeña exploradora

Juli hormiga0002.jpg

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Julián miró la esfera sin pestañear. Era roja, brillante, del tamaño de un melón mediano pero más redondita. La lanzó al aire, despacio, para poder atajarla. Liviana. Al menos así, vacía. Había que ver después, cuando tuviera su población.

La recolección fue durísima. No es que no fuera un buen día para las hormigas: hacía bastante calor. Encontró mariposas, mosquitos, caracoles, incluso alguna babosa en el cantero del fondo. Pero hormigas, ni pista. Ni negras ni coloradas.
A las dos horas, ya estaba toda la familia buscando. Hasta el perro (que seguramente no tenía idea de qué buscaban) olfateaba por aquí o allá, solo por acompañar.
—Qué bichos inteligentes —dijo el abuelo. Y Julián le preguntó por qué.
—Digo…Sabrán que vas a encerrarlas en el hormigario y se esconden…
Julián no había pensado en eso. En armar su propia colonia, sí. En alimentarlas y verlas trabajar, también. En darles un hogar, sobre todo. Un hogar redondo y rojo. Pero ¿encerrarlas? No, a Julián no le gustaba convertirse en carcelero.
Y justo su mamá encontró una.
—¡Por fin! —gritaron todos.
Era una hormiga colorada, con dos antenas y seis patas. Perfecta para el hormigario. “Una hormiga medio pava, que se dejó atrapar”, pensó Julián.
La miró a través de la lupa que viene incorporada en esa esfera roja que es el hormigario. Las dos antenitas apenas se movían un poco, pero las patas…Las patas iban y venían tan rápido que Julián pensó que, en una de esas vueltas, iban a olvidarse el cuerpo por ahí.
La llamó Soledad porque, pobre, ¿qué otro nombre le iba a poner? Con un gotero le dio un poco de agua. Y metió las migas del desayuno por el tubito del costado, para que comiera. Soledad caminaba y caminaba por ese mundo rojo y circular, sin parar. Y así le dio la vuelta al mundo varias veces.
“Es toda una exploradora”, pensó Julián. Y abrió el hormigario, para que pudiera conocer otros planetas.

Carey: La eterna fugitiva

En la región más austral del planeta, allí donde las nieves son eternas y las aguas gélidas, Carey vio venir desde el horizonte una enorme embarcación que avanzaba con la velocidad de una foca, resquebrajando la fina capa de hielo que en verano cubría el océano. Vio bajar de esa embarcación a un hombre joven, cubierto con pieles coloridas, y Carey pensó que era un cazador: la única criatura que conocía con tan vivos colores era el arcoíris, y se imaginó a aquel hombre, solo, despellejando sus  tonos como si se tratase de un simple guanaco. Sigue leyendo

Cenizas en el bosque

De todas las hadas del fuego, Melián había sido la única en inquietarse por el entusiasmo de Liwen, que siempre le insistía a su padre:
─¡Déjame encender la pira! ¿En qué puedo equivocarme? Sigue leyendo

El día que el mar se enfureció

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Un nuevo aroma en la tierra

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