6 de mayo:
Me enamoré. Se viste raro como todos los humanos pero me encantan sus rulos. Sobre todo cuando el viento los embarulla. Ligia dice que tiene ojos saltones, pero es mentira. Apenas puedo respirar de lo lindo que es.
7 de mayo:
Ligia no entiende qué le veo. Dice que es narigón. Eso es porque ella se cree todas las historias que cuentan sobre los humanos: que son temerarios, impiadosos, crueles y asesinos. Para mí, nada que ver: ¡los humanos son lindos! Y más si tienen rulos.
8 de mayo:
Se lo pasa leyendo. Sentado ahí, en la escollera. Me di cuenta porque de repente largó una carcajada. Y al rato, frunció el ceño, preocupado. Sin dejar de mirar hacia abajo, enderezó la espalda. Cerró el puño. Se mordió los labios. Suspiró. Hizo un ruido raro con los dientes y enseguida después enarcó las cejas como si adentro del libro hubiera visto un tiburón tigre o algo así.
─Es obvio que está leyendo ─le dije a Ligia.
Y también le dije que deberíamos tener libros en el mar.
─¡Los libros se deshacen con el agua, tonta! ¡Vamos, si papá nos ve acá nos mata a las dos!
Ni pude despedirme de sus rulos, mi hermana me hundió con ella en la profundidad. Sigue leyendo
