El buque fantasma (leyenda mapuche)

René Magritte, "El seductor", 1953.

René Magritte, «El seductor», 1953.

 

            No: no siempre temimos al Caleuche. Que siempre ha sido un buque prodigioso, no se discute pero ¿temerle? Temerle, no. El Caleuche era, al principio, amigo de nuestro pueblo. Como Cuca Blanca, que nos ayuda a encontrar el sendero correcto cuando estamos perdidos. O el Chime, eterno protector de nuestros bosques y lagos. ¡Caleuche no era distinto a ellos!

Cuando se avistaba, siempre por las noches, era porque los huincas se estaban acercando a nuestras rucas. Y hay que verlos a esos, más pálidos todavía, cuando se cruzan con algún espectro. Gracias al Caleuche se mantenían lejos. Un espectro de los buenos, como Cuca Blanca y el Chime. El Caleuche era igual que ellos.

Siempre fue gigantesco. Verlo así, en medio del mar ─con sus enormes velas desplegadas, la música a todo sonar y las risotadas de sus tripulantes─ nunca fue poca cosa. Pero al principio solo se metía con los huincas: a ellos sí los buscaba. ¡Ay,  si se quedaban varados en el mar! El Caleuche, hambriento de tripulantes, se lanzaba sobre ellos con la precisión del cóndor que acecha en las montañas.

Porque al Caleuche solo suben los muertos. O los brujos, que saben volver de la muerte, al menos una vez. Y hacían bien los huincas en temerle, porque el Caleuche navega indistintamente por encima y por debajo del mar. Si lo tienes enfrente, ya es tarde. Una vez alguno se tiró por la borda. Cuentan que sus gritos de dolor se escuchaban a través de las olas; que los peces huían horrorizados por tanta crueldad. Fue tal la tempestad que desató el Calueche aquella vez en el océano que la espuma alcanzó las cumbres. Nadie más intentó escaparse, jamás.  Sigue leyendo