Esto ya no me gusta. Se suponía que antes de terminar el recreo íbamos a estar de vuelta y Sor Juliana no iba a sospechar nada. Subir al campanario, comer los sándwiches que robamos de la cocina, mirar qué pasa abajo, allá en la calle, y ya está. Diez minutos, máximo; pero no. La culpa es mía por hacerle caso a Susana. Que dale, no seas miedosa y nadie se va a enterar, que total con el ruido del recreo ni se va a sentir la puerta del campanario.
Como si no conociera a Sor Juliana. Nos va a hacer escribir cien veces en letra de imprenta y doscientas en letra cursiva “No debo subir al campanario”. Y tendremos que hacer tarea extra hasta fin de año. ¿Y si nos expulsa? ¡Ay, si nos expulsa! Papá dirá que a cada rato me estoy metiendo en un lío distinto, que cómo no valoro su esfuerzo, que si yo no estoy pupila él no puede trabajar y que entonces qué comemos.
─Allá abajo pasa algo ─me dice Susana. Yo me pongo en puntas de pie y miro también por la ventana. Las de primero están cruzando la esquina. Van con la Hermana Amelia. Su cara parece una cáscara de nuez, de lo viejita que está.
─Es como una momia ─me dice Susana y empieza a imitarla, como siempre.
No sé por qué esta vez no me da risa.
─Ahí van las de segundo ─le aviso. Susana deja de hacer payasadas y vuelve a la ventana. Sigue leyendo
