Entrenador de lujo

Ilus de Maine Diaz
Cuando se distrae así me dan ganas de matarlo. Antes en la cancha le pasaba lo mismo, la pelota le picaba al lado y él estaba en la luna. Y ahora yo acá tratando de confundir a Aníbal para que no se diera cuenta de nada, y él pensando en los pajaritos de colores en lugar de buscar un escondite para el zombie. Si Aníbal se despertaba, yo le tenía que explicar unas cuantas cosas: una, por qué le habíamos pegado. Dos, con qué le habíamos pegado. Tres, qué hacíamos en el estadio si estaba cerrado por refacciones. Y ni quería pensar si había llegado a ver a Ojos: ¿Cómo se le explica a un adulto que estamos entrenando con un zombie?
Porque eso es lo que hacemos (Bauti empezó antes que yo; pero ahora, desde que los descubrí, siempre entrenamos los tres). No es que papá nos enseñe mal, pero el zombie tiene otros recursos. Por ejemplo, a veces se quita los ojos y los pone al ras del piso para controlarnos los pasos. Así sabe si ponemos bien el peso del cuerpo, si deberíamos pisar con más fuerza o más despacio y con qué envión tenemos que despegar el talón antes de saltar. A veces sus brazos nos siguen por toda la cancha: nos ayudan a mantener la postura y también a pivotear, que es cuando giramos manteniendo un pie fijo en el suelo (lo que nos puede salvar si intentan quitarnos la pelota). Cuando estamos a punto de tirar al aro, más de una vez nos da una palmada al hombro como animándonos. Y ni hablar cuando encestamos, nos abraza como un compañero más, aunque el resto de su cuerpo esté fuera de la cancha. Y a veces, nos presta su cabeza (que no sé por qué rebota) para hacer jueguitos. La picamos de un lado al otro, pasándola entre las piernas. Si escuchamos Aaagh es que lo estamos haciendo mal y hay que pararse distinto, flexionando un poco más la rodilla y con menos apertura. Parece que no, pero orienta un montón que “la pelota” te hable.
Y ahora estábamos a punto de perder todo eso. Porque si Aníbal llegaba a enterarse, la noticia llegaría a las autoridades del Club y chau entrenamiento. Además vendrían de un canal de televisión y a Ojos se lo llevarían los científicos porque, obvio, ¿dónde se ha visto un zombie que salga de un videojuego? La verdad, no podía entender que Bauti siguiera ahí, papando moscas como dice mi abuela (aunque no sé que tienen que ver las moscas con esto de andar siempre distraído).
—¿Querés apurarte? —le dije, para hacerlo regresar a la realidad— ¡Aníbal ya se está despertando!
Y entonces desarmó a Ojos como si fuera un rompecabezas: metió brazos, piernas, orejas, manos, pies y nariz adentro de su mochila. ¡Justo un segundo antes de que Aníbal se despertara!