Simón y Sophie vivieron antaño
en los agitados suelos de París;
ella era Señora de un noble hacendado
ahora empobrecido, mísero, infeliz
por haber perdido su heredad ostentando
más de lo que el fuero pudo permitir.
Aún así sin tierras, libras ni ganado
lograría la toga para aparentar
tras las vestiduras de un secretariado
que cualquier dispendio podía solventar.
Y así aquella dote burguesa y cuantiosa
del tan lucrativo acuerdo nupcial
en lujosa vida, vana, presuntuosa
sin demora alguna supo derrochar
(Ni siquiera el paño de la noble toga
pudo la indecente pobreza ocultar).
Lucien era un hombre ávido de honor
que desesperado por disimular
de oficial un puesto plebe toleró
en los innombrables puertos de Burdeos
lo que bien valdría la derogación
del linaje antiguo, legal y congénito
que apenas rozaba su extrema ambición
(solo le quedaba de sus estamentos
el inconcebible mote segundón).
Sophie era de un temple fuerte y liberal
y la rica dote no le disfrazó
su actuar insumiso, díscolo y tenaz.
Era su Lucien huero y afectado
o esconder la infamia de su soledad:
El inicuo encierro, bronco, malhadado
del convento adusto, lóbrego, invernal
la atemorizaba más que el despiadado
repulsivo, aciago lecho conyugal.
Y el remordimiento no la atormentó
hasta que mirando tras el ventanal
la lasciva flecha de Eros vulneró,
a través del vuelo de una gris mirada
al indiferente, casto corazón.
Aquel día el Sena su cauce mostraba
con mayor apuro quizá por llegar
a La Manche que toca tierras de Bretaña,
donde el tempestuoso río ha de aplacar.
Sophie lo miraba en su vigor pintado
desde la imponente casa señorial
que otrora había sido casi un gran palacio
y ahora silenciaba toda ostentación
en sus deslucidos, vetustos espacios.
De pronto la escena completa mudó
y un torrente acaso mucho más brutal
que el vertiginoso Sena se escuchó:
En un rimbombante carruaje Real
presto a la demanda que el rey ordenara
abriéndose paso frente a la infernal,
fiera multitud que indignada aclama,
pasa el arzobispo de Toulouse pensando
que algún artilugio aplacará la llama
del ahora insurrecto, indómito rebaño.
Simón era un pobre cura que quedara
Por el bien de Dios y del delfín reinado
sin su dignidad por una ley tirana:
de un solo portazo Luis desmoronó
el gran monasterio donde se abrigaba.
El Absolutismo así lo sentenció
a escoltar la grave y birria caravana
porque lo ordenaba así su condición:
los mejores cargos otros los tomaran
(Simón era pobre, manso y español).
De la sosegada vida retirada
pasó a lo agitada vida de Señor,
sin cobrar los diezmos ricos y cuantiosos
y acopiando agravios, celos y rencor.
Azazel pagando las culpas por otros
cabalgaba entonces junto a la galera
cuando de improviso descubrió los ojos
verdes que vaciaron el color del Sena.
Fuera el pensamiento tan intemperante
que doscientas varas luego se infligiera
para que la sangre fétida, infamante
purgara el demonio de la tentación
que se aprisionaba réproba, insaciable
en la carne indócil a la ley de Dios
¿Dónde se encontraba Él en ese instante
que la imperdonable falta permitió?
¿Dónde está Lucien cuyo honor sangrante
será por aquella que lo desposó?
¿Dónde la doctrina recta de La Salle
que les ordenara con grave rigor
guardar los preceptos de civilidad:
recato, renuencia, contención, pudor?
¿Dónde la abstinencia de hombre profesal?
¿Dónde el savoir faire de la mujer casada?
¿Dónde la pavura a la pena infernal?
¿Dónde, cuándo el fuego de las dos miradas
vivas, indecentes, lascivas, febriles
en irredimible fuego se enlazaban?
Lo que destinaba la mano invisible
para las amantes almas pecadoras
tan presto pasara como la inasible
ave que en el vuelo la presa devora.
Y la timidez con que saborearan
el fruto prohibido las primeras horas
se volverá pura pasión descarnada,
pues no se acobarda ante la caída
aquel cuyo suelo ya desbarrancara:
cuando ya embarradas, sucias las heridas,
no se nos exige resistir erguidos
y el cuerpo en la espera de caer se inclina.
Y aunque ya conscientes del Edén perdido
por el maleficio del vedado amor
ambos se entregaron al furor del sino
que augurara a un tiempo muerte y bendición:
Fuera para el mundo amor endiablado;
puro, inmaculado fuera para Dios.
Simón se hospedaba en un muy precario
sitio que lindaba con la colosal
Versailles y estaba solo edificado
para al incontable séquito albergar.
Junto a su recinto estaba el santuario
cuyos silenciosos muros oirán
cien y dos mil veces los desenfrenados
diálogos punibles que ellos tejerán.
Allí la caricia prohibida en la mano
seguirá avanzando hasta embelezar
las almas que ahora sienten libremente
y al tacto se entregan para no expirar
en incontenible, contumaz, latente
etéreo deseo y a la vez carnal.
Cien y dos mil veces muy secretamente
buscarán beberse tórridos la sal
del sudor balsámico que los rescatara
del suplicio impío de su soledad.
Cien y dos mil veces fundirán sus almas
soñarán la vida ufana y feliz
que ahora resultaba lejana y extraña
prohibida, imposible, censurable y vil
Soñarán pensando que tal vez el hado
quiera reencontrarlos en el porvenir,
que cuando la muerte pueda rescatarlos
nacerán buscando la mitad del ser
que se les quedara en el despiadado
tiempo que ha podido a su amor vencer.
Cien y dos mil veces soñarán pensando
que en la venidera vida han de poder.
Y aunque con Lucien siempre había esperado
Sophie la ventura de tener un niño
que la rescatara del tan indeseado,
yermo, malogrado lecho compartido…
Y aunque ya pasados los primeros años
fuera ella humillada por el desafío
usual de los sabios que desorientados
miden la presteza del fecundo vientre
irrigando malvas con orín sangrado,
llegará la hija repentinamente;
a pesar del juicio sabio de los doctos
que vieran las malvas húmedas de muerte.
Y aunque recibiera Lucien con gran gozo
a la rozagante niña que naciera,
serán de Simón esos grises ojos…
El Padre en la alcòve que otrora encubriera
la infame perfidia que será expiada
rezará la misa viendo como ajena
la escena que vive su familia amada
¡Si fuera difícil antes refrenar
la pasión aviesa, feroz, desquiciada,
cuánto más cruento será tolerar
no arrancar del seno de Lucien el fruto
de su amor indemne, sublime, inmortal!
Simón, devastado de dolor no pudo
contener el llanto que habría de encender
la funesta llama del rumor del vulgo
que hoguera invencible y ruin se iba a volver.
Y aunque fuera extraño para todo el pueblo
que el vicario amante quisiera ofrecer
sus virtuosas manos para el funebrero
quehacer que efectuaban solo los criados:
él mismo en persona ofició el entierro
y bañó de escoria y lodo sus manos
cuando al otro día del parto en el huerto
placenta y cordón fueran inhumados.
Quienes presenciaron el alumbramiento
contarían más tarde con perversidad
cómo el servicial cura en el momento
de untar mantequilla en la tersidad
de la piel sedosa, pueril y lozana,
se habría abalanzado con celeridad
para arrebatarle el tazón que usara
la nodriza entonces para higienizar
a la bella niña que entonces miraba
como adivinando quién era el papá.
Lucien, que cegado de pedantería
no viera la escena como los demás
dejará en la alcoba la mujer, la niña
la buena nodriza que discreta calla
y al que descarado sirve a la perfidia:
Fuera el ultrajado tálamo la trampa
donde Dios y Leviatán se vieran,
en los ojos grises de la niña santa
(aunque para todos la condena hereda)
y en los amorosos ojos de imprudencia
que se encienden solo cuando el alma peca
(si pecar implica prestar obediencia
a la voz interna que nos interpela
y que subyugante, déspota silencia
la ley que el arbitrio del hombre se inventa).
París por entonces pierde la paciencia
y el rey sofocado de presión lamenta
suspender la firme y proba asistencia
que otrara pidiera a Loméine de Briennes
Simón motivado más por la renuencia
de partir dejando la bella mujer
que por rebelarse al viejo arzobispo,
renuncia a su cargo y empieza a ceder
atención al pueblo que ya levantisco
harto de las tallas, diezmos y gabelas
y de los abusos del absolutismo
Firme se amotina y presto se subleva
para redactar la Declaración
que no atiende razas, glebas ni banderas,
que entregará al mundo la vana ilusión
de afianzar los lazos de fraternidad,
de saberse libres cuando la opresión
ose devorarse, brava, la igualdad
¡Querrán los ingenuos legarles Arcadia
a la descendencia, la posteridad!
aunque ni ellos mismos saben qué proclaman:
Las inmoderadas, férvidas reuniones
que agrupan esclavos, mercantes, señores
mudarán muy pronto a vanas discusiones.
Simón detenido en su firme designio
de amparar la expósita honra de los pobres
presto recibiera el látigo ladino
que enmudecería su fiera pasión:
como por descuido quiso el enemigo
que Lucien supiera ya de la traición.
Sophie por su parte gracias a la amiga
ama ya sabría de la delación
y antes que la lleven hacia la Bastilla
por postrera vez besará a Simón,
le dirá que huya para que a la niña
rescate del yugo de la perdición:
a Anne Marie traían ya a la residencia
desde las lejanas tierras de Lyon
donde se albergara desde que naciera
para preservarla de las pestilencias
que las inmundicias de París tuvieran.
Quedará la infamia solo como herencia
pagará, inocente, la contravención
pagará la niña con bruta inclemencia,
el amor que el mundo (no Dios) inculpó.
Será inexorable la pasión que hubiera
vuéltose ya parte de su corazón,
cuando Simón viera llena de cadenas
a Sophie que estoica todo permitió.
Un enardecido ímpetu naciera
Y entre las mil voces se escuchó su voz:
¡Rueden las cabezas por la libertad!
¡Mort aux criminels!, la ciudad rugió.
Y de su letargo forzado y letal,
París fervorosa, libre despertó
en irrevocable grito universal.
No sabrá la pluma del historiador
que el incandescente fuego sideral
en ignominiosa causa comenzó:
No fue la justicia, no fue la equidad
la chispa que el alma del pueblo incendió,
fuera el egoísmo de un pobre mortal
que con inhumana pasión poseyó
un dios implacable, temible, bestial
que había exterminado toda su razón,
que había doblegado con tenacidad
el libre albedrío de su voluntad
y lo había entregado para bien o mal
a un amor prohibido, férreo, colosal.
Marche aquella tropa dispar, colorida
a pedir justicia, ley y paridad.
Llega aquel enjambre crespo a la Bastilla
¡Nous voulons la tête du Maire!, dirá;
ármese la guardia contra la estampida
Liberté el gentío grave clamará
Y entre los silbidos hoscos de las balas
el amotinado pueblo cantará:
Pour l’égalité, y el portal sin trabas
ya no resistiera más el aluvión
la fraternité, solo se escuchaba
ou la mort, el eco del rencor habló.
Y entre la fragosa bulla sentiría
Sophie el estruendoso timbre de la voz
que había despertado su pasión dormida,
que como una brasa le cauterizó
el dolor punzante de las mil heridas
que el encarnecido marido exigió.
Résiste, Sophie!, la voz abrasaba
con el amoroso tono su temor.
Je vous sauverai, la imprudencia hablaba
y aunque despejadas ya fueran las verjas
detrás de una torre los guardias se armaban.
Je vous libérerai , la voz está cerca,
toca sus oídos y su corazón
Sophie las cadenas liberarse intenta
y el pueblo sospecha de la devoción,
que aquel sacerdote sin pena demuestra
por quienes esperan la liberación.
Un bramido explota desde la escalera
de la octava torre del brutal bastión;
el fusil apunta contra la barrera
de hombres que proclaman pronta rendición.
Tras el cortinado de gris humareda
una sombra inmóvil ya se desplomó.
Y aunque la fragosa música no ceda
y el son de la guerra nunca se aplacó,
Sophie ya no escucha ningún ruido afuera:
todo ha perecido, se apagó la voz.
Sont vous là, Simón?, solo le contestan
los oscuros gritos de Revolución
Ceux-ci bien, ma vie ? Sophie se impacienta
y es tan inquietante la desolación
que un insospechado vigor se le asienta
en el pecho y rompe con todo fervor
los ensangrentados grilletes de cobre
que en las coyunturas, como una pitón,
crueles, sofocantes, tenaces, innobles
se adhieren y estrujan sin tribulación
hasta que los huesos ya no lo soporten
y entrizados suenen baja la lesión.
Quedan abrasándola solo las pulseras
aunque las cadenas ya se desató.
Y arrastrando el peso ruin que la sujeta
por el empedrado, sobrio corredor
sale y se difuma entre la concurrencia
y exaltada exclama: Parlez-moi, Simón.
Y entonces vería que bajo el gentío
un inconfundible cuerpo se quedó
(yace ya ultrajado, pisado, ofendido
quien la memorable revuelta inició).
El entorno entero quedará sin ruidos,
todo para Sophie pronto enmudeció.
Arriará el ganado que como en alfombra
pasa sobre el cuerpo que la cautivó;
tomará la mano nívea que responda
con el peso inerte, marmóreo, glacial
al calor intenso que aun así no logra
cobijar la mano de la frialdad
de la inexorable, irreversible muerte
que acaba sus dedos tiesos de posar
en quien caminaba bravo en aquel frente
de hombres ya cansados de la represión,
que ahora apuñalaba fría, lentamente
al alma de aquella que con él voló.
Tan ensimismada Sophie se encontraba,
loca y embriagada por la desazón
que no vio el torrente fiero de la masa
que la la tête du Maire, otra vez pidió.
Huirán, cobardes, muchos de los guardias
al ver las cien vidas que Átropos cargó;
y aunque los dos hombres clamados quisieran
escapar con ellos, ya los alcanzó
el furor del pueblo que ahora no midiera
el oprobio impío que lo condenó
a soñar un crimen que les devolviera
irrecuperables siglos de opresión.
Mientras arrastraban a la guillotina
a los caballeros de alta condición,
uno gobernante de la cruel Bastilla
(la que devoraba débiles corderos
solo porque el lobo de la tiranía
impune exigiera practicar su credo);
otro fuera Alcalde de parís en llamas
réprobo, culpable de la sed del pueblo.
llorando estos hombres pávidos marchaban
a inmolar la sangre fútil de sus venas,
y ante la Bastilla sólo se quedaran
los muertos y heridos y unas voz en pena:
Je mourrai avec vous, ella sollozaba
(no verá la armada milicia que acecha).
La mort nous joindra, su voz murmuraba
al templado oído que ya nada siente.
No verá las manos que otra vez ataran
su sino al filoso frío de la muerte
Tuez-moi maintenant, ella no soltaba
sus manos del hombre que yacía inerte.
Quittez-moi avec lui, ya desesperaba
porque el impiadoso guardia desprendía
su piel del cadáver frío que adoraba.
Nous nous rencontrons, fuera enfurecida
voz que despechada, brava se elevaba
más allá del canto de la guillotina,
cuyo filo ardiente aún se desangraba
por las dos cabezas que el pueblo pondrá
en exhibición cínica, inhumana.
Será Sophie entonces la oportunidad
de la Monarquía para arremeter
y ostentar la fuerza de su potestad.
Si los sans-culotte quieren exponer
la roma crudeza de su rebelión,
mismo salvajismo les dará su rey:
serán unos pocos en Plaza Mayor
los que presenciaran el vano rigor
que sobre la impía madre despeñó.
Cuando la cuchilla fría desmembró
el cuerpo que inmune al mal de la vejez
su beldad en mortuoria piel le conservó,
la afable cabeza rodó hasta los pies
de la fiel nodriza que llorando está
acaso pensando que no habrá de ver
otra vez la niña que ha aprendido a amar.
Mas cuando notara el leve parpadeo,
la ávida mirada antes de expirar
de esos ojos verdes que aún estando yertos
nunca le dejaban ya de suplicar,
entendió la nana la razón del ruego
y con la pequeña se habrá de escapar.
La blonda cabeza de Sophie quedara
como pasatiempo tétrico y banal
hasta que los buitres funestos vaciaran
los ojos que fueran verdes como el mar…
Me divierte el susto que hay en tu mirada
Sé que estás pensando si será verdad
que los dos tuvimos destinos sombríos,
si fuimos amantes en la antigüedad,
Si encontrarnos tarde es nuestro destino
Si nos pone a prueba Dios para alcanzar
un amor impar, singular, divino
que ni aun la muerte podrá separar
¿será que recuerdo todo lo que digo?
¿estos dos amantes fuimos de verdad?
¿será una leyenda simple que imagino?
¿o acaso me he vuelto loca por pensar
que no puede ser falta o desatino
si el alma se pierde por solo mirar
los desconocidos ojos que locuaces
me cuentan que en ellos hallaré mi hogar?
Me encanta la duda que hay en tu semblante
que no deja nunca ya de preguntar
si acaso estoy loca o es verdad que antes
los dos nos quisimos y la eternidad
es una certeza dulce que recuerdo
la que nos devuelve la oportunidad
de volver a amarnos a pesar del tiempo,
de cualquier obstáculo que quiera probar
si nos merecemos el final del cuento
de hadas que empezamos dos siglos atrás.
Más de una pregunta hay en tu mirada
que sabe decirme todo y reflejar
la inquietud del alma que verdad reclama:
¿es la fantasía la que me hace hablar?
¿o los devaneos de una mente insana
que en un laberinto onírico está?
Y si lo recuerdo ¿soy algún espectro,
una bruja acaso, un ser sideral
de esos que poseen un poder excelso
que miran el mundo siempre más allá
de la percepción del hombre imperfecto
que jamás aprehende la suma verdad?
Me encanta mirarte vacilar sin tino
aún desconociendo mi mayor solaz:
fantasear mil mundos y otros mil destinos
solo porque el alma goza de inventar.
De pronto en los ojos negros te adivino
un amor que abraza todo mi mirar,
que no se amedrenta de ningún peligro:
Si fue la demencia la que me hizo hablar,
acaso el prodigio de un sexto sentido,
la avidez innata por imaginar…
nada te parece nunca un desafío,
tus ojos serenos no dejan de amar
de pensar que sigo siendo tu destino
loca, muerta, bruja, delirante o más…
y acaso la historia que ya no imagino
se revela entonces en la inmensidad
de los pardos ojos que ahora son mi sino
y que me reflejan toda la verdad:
Siento omnipresentes las amantes sombras,
y acaso, parece, puedo recordar
cómo en un susurro intemporal nos nombran.