«No sé si les pasa, pero me es imposible evitar que los muebles se manchen con ceniza. Peor con la manía de Juan Carlos, de no mirar hacia abajo cuando descarga el cigarrillo», lo dice mientras le arregla el cuello de la camisa y, con las palabras todavía flotando en el aire, vuelve sobre sus pasos y se mete en el dormitorio. Elena sale con una corbata azul colgándole del antebrazo y continúa hablándonos de la ineficacia de los lustramuebles mientras le hace el nudo con una prolijidad que asusta y arregla los pliegues de su último traje. Recién entonces parece darse cuenta de que ha quedado viuda y cierra el cajón de un golpe.